Maurice Blanchot. La fuerza y el fastidio
La crítica de la civilización no forzosamente se ensaya desde fuera. Si adoptamos otra perspectiva, lo real consiste en una discrepancia. Una discrepancia ontológica. La vida no es una imagen de la vida. Hay una discrepancia entre ella y el mundo, pues el mundo es una imagen: una ilusión, una ilusión esencialmente óptica. No es necesario colocarse —por accidente o programáticamente— en la orilla del mundo. La crítica se produce en una especie de sombra interior.
Es la patencia impotente de lo no visible. El todo del mundo es un todo imaginario, es decir, incompleto: una porción totalizada, llevada a ocupar e instalarse en lo que ella no es. ¿Cómo adivinar ese no-es? Exactamente así: adivinándolo. No lo veremos; lo adivinaremos en los ojos de aquello que lo mantiene escondido. Adivinar no equivale a presentir.
Adivinar es remontar una pendiente sin que esa pendiente quede por ese movimiento anulada. Lo humano permanece después de todo detrás de lo humano.